La Última Isla


En un futuro cercano, el cambio climático ha sumergido miles de islas bajo el mar. Pero entre los restos del Pacífico Sur, una sola isla ha sobrevivido, emergida por el repentino ascenso de una falla tectónica. Los satélites la ignoran. Las cartas náuticas la niegan. Solo aparece en antiguos diarios del siglo XIX, bajo un nombre temido: Moreau.

El doctor Elías Varela, genetista transhumanista, ha seguido las pistas de aquel lugar por años, obsesionado con los experimentos del infame Doctor Moreau. Donde otros veían locura, él veía la antesala de una verdad biológica superior. Financió su expedición con los restos de una fortuna criptográfica y se embarcó con un equipo mínimo: una bioinformática japonesa, un piloto senegalés, y un androide bípedo diseñado para registrar emociones humanas.

Al llegar, descubrieron que la isla no estaba desierta.

Las criaturas no eran ni hombres ni bestias. No caminaban con torpeza, sino con una elegancia silvestre. Habían evolucionado. Las modificaciones de Moreau no solo habían sobrevivido al tiempo: se habían adaptado. Eran una nueva especie. Y su sociedad —tribal, pero extrañamente ordenada— había desterrado todo vestigio de su creador. Lo llamaban El Ladrador del Dolor y sus reglas eran memorizadas en cantos, como advertencias:

"No volverás a hendir la piel,
no injertarás lo impuro en lo puro,
no negarás el rostro que te fue dado."

Pero el Dr. Varela no podía obedecer. En su laboratorio flotante, reconstruyó el equipo de bioingeniería de Moreau con impresoras de ADN portátiles. Comenzó a modificar a uno de los nativos, a quien llamó "Nico", aplicando ediciones genéticas para elevar su inteligencia. Quería demostrar que podían ser “rescatados” de su condición bestial.

El problema fue que Nico recordaba.

Recordaba el cuchillo quirúrgico en sueños. Recordaba las jaulas. Recordaba una furia ancestral inscrita en su ADN. Y cuando comprendió que Varela intentaba repetir el ciclo, despertó al clan con un rugido que parecía humano, pero no del todo.

La isla ardió esa noche.

La bioinformática desapareció. El piloto fue encontrado con el cráneo abierto, como si le hubieran buscado el alma. Y el androide, antes frío, comenzó a temblar sin control. Varela fue capturado, pero no asesinado.

Lo encerraron en una caverna subterránea, viva, húmeda, con raíces que latían. Y allí le dejaron un espejo. Solo eso.

Días después, lo encontraron de rodillas, murmurando entre espasmos:
"Soy la criatura, no el creador... soy la criatura, no el creador..."

La isla se volvió a cerrar sobre sí misma. No volvió a aparecer en los mapas. Pero algunos satélites de exploración marina detectan una señal extraña desde esa zona: una red neuronal viva, no humana, que parece crecer bajo tierra.

Dicen que la nueva especie aprendió más que a sobrevivir. Aprendió a recordar... y a esperar.



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