Al borde del Universo

 



Al borde del Universo

La nave Horizon flotaba en la quietud del vacío. El último punto antes de cruzar el umbral del universo conocido, justo en el borde de lo que los mapas estelares aún no habían tocado. Más allá, solo había oscuridad, ese abismo interminable que se extendía como una tela vacía, esperando ser llenada con lo que los humanos fueran capaces de ofrecer. Pero dentro de la nave, el silencio era absoluto, pesado, palpable.

Antü Ñancul, astronauta de la Confederación Andina del Sur, se encontraba de pie ante la vista infinita de las estrellas que brillaban con una intensidad casi insoportable. Era su primer viaje intergaláctico. El primer paso para explorar lo que otros solo habían soñado. Y sin embargo, el miedo lo embargaba.

El miedo no era solo la vastedad del espacio, ni el eco vacío de lo desconocido. Era un miedo más profundo, uno que lo había acompañado durante las semanas previas a esta misión: el miedo de lo que dejaría atrás. La Tierra, con sus problemas y su belleza efímera. Su familia. Su hija pequeña, que no comprendería nunca por qué su padre no volvía.

A lo lejos, a través del cristal de la cabina de mando, veía la vasta extensión del cosmos, un mar negro sin fin salpicado por las pequeñas luces de las estrellas que ya no parecían tan lejanas. Sus dedos temblaban mientras ajustaba los controles, preparándose para la fase final del viaje. La nave Horizon estaba lista para cruzar ese límite marcado en los mapas, para adentrarse en las regiones inexploradas, donde nada, ni siquiera las naves más avanzadas, se habían aventurado.

Cinco minutos para el salto, dijo la voz metálica del sistema de comunicaciones.

Antü respiró hondo, su mente estallando en pensamientos contradictorios. Sabía que no podía dar marcha atrás. Ya no había tiempo para arrepentimientos. Durante años, había entrenado, había visualizado este momento en su mente una y otra vez. Había hablado de él con colegas, con científicos, incluso con desconocidos. Todos decían que este era el futuro, que este viaje cambiaría a la humanidad. Pero en esos cinco minutos, Antü no podía dejar de pensar en todo lo que dejaba atrás.

Su hija, Meli, con sus grandes ojos curiosos. Su sonrisa inocente. Recordaba el día que la abrazó antes de partir. Ella no entendía mucho, solo que su papá iba a "explorar el cielo".

Papá, vas a ver las estrellas más grandes, ¿verdad?

Antü había asentido, aunque en su corazón sabía que esas estrellas no serían como las que ella imaginaba. No serían cálidas ni cercanas. Serían frías, inalcanzables, como los recuerdos que ahora lo atormentaban. Y aún así, la voz de su hija resonaba en su cabeza, pura y llena de esperanza.

Su esposa, Antüla, había sido más práctica al despedirse. "Te estaré esperando aquí, en casa. Cuídate". No hubo lágrimas, solo una sonrisa triste, una sonrisa que decía más de lo que las palabras podían. Antü nunca había sido bueno para compartir sus miedos, y Antüla lo sabía. Era un hombre de acción, de lógica. Pero esta vez, en ese vacío que se apoderaba de su pecho, la lógica no parecía ser suficiente.

Miró de nuevo la pantalla de su consola. Los números comenzaban a parpadear. La cuenta regresiva comenzaba. Tres minutos.

La mente de Antü estaba en un torbellino de dudas y miedos. ¿Qué pasaría si algo salía mal? El salto al espacio intergaláctico no era como cualquier otro viaje al espacio cercano. La distorsión de la realidad, las paradojas temporales, el desplazamiento entre dimensiones. Los informes eran imprecisos. Nadie sabía exactamente qué encontrarían más allá del borde de lo conocido.

Lo desconocido era la única constante que podía esperar.

Antü apretó los dientes. Sabía que ese miedo era natural. Nadie había cruzado ese umbral antes. Nadie sabía lo que los esperaba. Pero eso no cambiaba lo que estaba a punto de hacer. Dejar atrás todo lo que había sido suyo, y enfrentarse a la vastedad de lo incomprensible.

Un temblor recorrió el cuerpo de la nave. El salto estaba comenzando. La Horizon avanzó hacia la oscuridad, su motor se aceleró a una velocidad vertiginosa, y el espacio alrededor comenzó a distorsionarse. Las estrellas dejaron de ser puntos fijos y se estiraron, como hilos de luz que se desgarraban. Todo a su alrededor se transformaba en algo extraño, inestable.

Antü observaba, hipnotizado y aterrorizado. Sabía que su viaje no solo sería físico, sino también mental. Iba a enfrentarse a las profundidades de la mente humana, a la soledad más absoluta, y a la desesperación de no saber si algún día regresaría.

En ese instante, cuando la nave atravesó el umbral y todo a su alrededor comenzó a desvanecerse, Antü dejó de pensar en lo que dejaba atrás. Ya no importaba. La conciencia humana, en su infinita fragilidad, estaba destinada a enfrentarse a lo desconocido. A expandirse, a adaptarse, a trascender. Sin importar el costo.

El salto era inminente. Y aunque el miedo seguía allí, como una sombra al acecho, algo en Antü se sintió diferente. En ese abismo infinito, en esa oscuridad primordial, comprendió que su miedo no era la barrera más grande. La barrera más grande era el valor de dar el primer paso hacia lo imposible.

Un zumbido ensordecedor llenó la nave, y la Horizon cruzó el umbral final del espacio conocido, deslizándose hacia las profundidades del vacío, hacia lo que ya no podía llamarse "universo".

Antü cerró los ojos por un momento, respirando con la certeza de que su viaje acababa de comenzar.


Comentarios

Entradas más populares de este blog

El Humo Blanco

No entres dócilmente en esa buena noche

Asteroids de Maha Sohona